Por José Pedro Fuster Pérez
Colegio Edith Stein
En una sociedad cada vez más secularizada, donde la indiferencia al hecho religioso es constante y frecuentemente insensible, donde la radicalidad anticlerical es violenta, donde la ridiculización a lo más noble y bello es persistente, viene muy bien a nuestro corazón palabras alentadoras y que infunden calor sobre los gélidos vientos anticristianos que vive nuestra sociedad y a los que debemos hacer frente, hoy más que nunca, con la oración, el ayuno y la limosna.
Inspirándome en el mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la cuaresma 2009, he descubierto en su exhortación 10 ganancias o buenas razones para ayunar y vivir, de este modo, extraordinariamente bien la Cuaresma.
1.Adquirimos la virtud de la autenticidad. Ser auténticos es saber dirigir nuestra conducta teniendo como marco referencial los orígenes, las raíces que causaron lo que somos ahora. Las Sagradas Escrituras, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia son fundamento de nuestra fe. Y como la tradición bíblica confiere un gran valor a la oración, el ayuno y la limosna, nosotros seguimos sus pasos porque la tradición cristiana nos dice que "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos" (Pregón Pascual).
2. Fortalecemos nuestra voluntad. El ayuno es capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del "viejo Adán" y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios.
3. Recuperamos la amistad con el Señor. Los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: a ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos (3,9). También en esa ocasión, nos dice Benedicto XVI, Dios vio sus obras y les perdonó.
4. Descubrimos el valor de la fidelidad. El verdadero ayuno, consiste en cumplir la voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto y te recompensará" (Mt. 6,18). Con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.
5. Ganamos en bondad. El ayuno facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Por tanto, nos hacemos dóciles a sus inspiraciones y adquirimos actitudes irreprensibles.
6. Aprendemos a amar de verdad. El ayuno nos ayuda a mortificar nuestro egoísmo y abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio.
7. Obediencia. El ayuno es un excelente recurso para curar todo lo que nos impide conformarnos con la voluntad de Dios.
8. Nos volvemos justos. El ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. Cultivamos el estilo del Buen Samaritano que mantiene viva esa actitud de acogida y atención hacia los hermanos.
9. Nos hace libres. El ayuno es una arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana.
10. Nos ponemos en disposición de alcanzar la sabiduría. Conociendo que el ayuno aleja todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo.
Y para finalizar esta hermosísima carta, el Santo Padre nos invita a vivir con mayor intensidad la oración, el trato asiduo con el Señor y acudir con regularidad a los sacramentos de la confesión y de la eucaristía. Con esta disposición interior entraremos en el clima penitencial de la Cuaresma.