Por P. David Amado Fernández
Capellán del Colegio Edith Stein
Texto de: Palabra de Dios para los Domingos y Festivos. Ed. San Pablo (1998)
Toda la pedagogía cristiana se sustenta en dos ejes: la esperanza en lo que ha de venir y el recuerdo gozoso de lo que ya han visto nuestros ojos. A veces la experiencia no es personal, pero la hemos recibido de otros. ¡Cuántos milagros que pasan desapercibidos se realizan cada día! El mundo los desconoce, pero quien los experimenta no puede negarlos. Muchas veces son cosas pequeñas que hemos pedido en la oración, soluciones a problemas difíciles, reconciliación de familias… Aunque desde fuera no pueda constatarse, nosotros sabemos que se deben a una especial intervención de Dios. No podemos negar lo que hemos visto. Y tampoco podemos olvidarlo.
En el Evangelio, Jesús responde a los enviados del Bautista: Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo. Les dice eso porque lo que han visto ha de ser señal suficiente para comprender que Dios, en Jesús, obrará cosas aún mayores. Lo mismo sucede en la vida de cada uno de nosotros. Muchos maestros espirituales aconsejan a sus dirigidos que escriban en un cuaderno los frutos de su oración. Lo hacen porque muchas cosas que verán en la intimidad del corazón, no sólo ideas, sino también consuelos y afectos, les han de servir para seguir adelante. Y, además, porque de eso habrán de hablar a otros.
Las lecturas de hoy nos colocan también en perspectiva comunitaria. No avanzamos solos, sino en la Iglesia. Dentro de ella nos hemos de ayudar unos a otros. Todos hemos vivido situaciones de desánimo, o hemos comprobado cómo compañeros nuestros se desanimaban ante las dificultades. Sería absurdo decir que Dios no las tenía previstas. Pero, en el pensamiento divino, también estaba ese hermano que serviría de apoyo para los momentos de dificultad. Jesús conforta a Juan a través de los discípulos. Dios anima a Israel mediante el profeta Isaías que describe un futuro feliz en un momento especialmente duro para el pueblo. Igualmente, el Señor espera que unos a otros nos ayudemos en este tiempo de Adviento para celebrar de verdad la Navidad.
Pablo nos da ejemplo con su carta, que anima a los creyentes. De ahí aprendemos mucho: los que celebramos juntos la fe, sobre todo los domingos, no podemos sentirnos ajenos los unos de los otros, sino que estamos llamados a sostenernos mutuamente en el camino de la santidad. Los caminos pueden ser muchos y dependerán de las circunstancias, pero siempre pasarán por la oración y el testimonio. A partir de ahí, y teniendo siempre la caridad como norma suprema, se abren infinitas posibilidades, desde el acompañamiento en los momentos de prueba hasta la ayuda material o la corrección fraterna. Dios viene a visitar a su pueblo.