Una educación que busca la unidad entre Fe y Razón

Así como perfeccionamos las ciencias, debemos perfeccionar la moral, sin la cual el saber se destruye. (Isaac Newton)







domingo, 20 de febrero de 2011

Jóvenes y Valores. Parte I


Por Benigno Blanco
Presidente del Foro Español de la Familia

Los jóvenes de hoy tienen la misma naturaleza humana que han tenido los jóvenes siempre desde Caín y Abel; ni tienen más hormonas que sus antecesores, ni son más malos ni menos moldeables por el esfuerzo educativo que los de generaciones anteriores, ni están menos predispuestos hacia el bien que los de otras épocas. Por lo tanto, lo primero que hay que rechazar al pensar en ellos y en cómo transmitirles valores es el pesimismo: hoy educar en valores es tarea tan apasionante, compleja y cargada de dificultades como siempre; ni más ni menos. Lo singular del esfuerzo educativo hoy no dimana de ninguna característica extraña en nuestros jóvenes, sino de la necesidad de afrontar directamente y con mucho realismo las dificultades específicas que nuestra época plantea a la tarea de ser buenos.
Una familia que hoy día quiera educar bien, que quiera transmitir valores positivos a sus hijos, tiene primero que aclararse ella sobre en qué consiste ser buena persona, pues solo así podrá saber en qué quiere que se convierta su hijo, solo así sabrá hacia dónde orientar el proceso educativo. Y hoy día hay muchas familias, hay muchos adultos –padres, profesores- que no se aclaran sobre en qué consiste ser buena persona; y así no se puede educar. Educar exige como presupuesto, como condición sine quanon, tener razonablemente claro qué cosas son buenas y malas, qué hace al educando bueno o malo. Por eso en el relativismo es imposible educar.
Hoy la mayor dificultad para educar es que muchos de nosotros nos hemos dejado infectar por el virus del relativismo y ya no nos aclaramos sobre qué es una buena persona y así es imposible ayudar al niño y orientarle para llegar a ser buena persona que es en lo que consiste educar: ayudar al niño a extraer todo el potencial de bien y verdad que lleva dentro por ser un ser humano. Por lo tanto el problema hoy para educar no está en los niños; está en los adultos que se han dejado dominar por el relativismo moral y lo transmiten a los educandos. ¡A cuántos niños de hoy nadie les ha dicho jamás que existen cosas buenas y malas, que hay cosas que les hacen buenos y otras que les hacen malos y que podemos distinguir con razonable precisión y certeza unas y otras!. Tales niños no pueden ser buenos pues ser bueno no consiste en no hacer el mal; consiste en enamorarse del bien. Y para enamorarse del bien hay que conocerlo previamente; y para conocerlo alguien tiene que mostrárnoslo. En esto consiste la educación: en mostrar el bien haciéndolo atractivo, deseable, digno de esfuerzo.
Esta es precisamente la esencia de la educación: transmitir valores y hacer atractiva la virtud; poner delante del niño lo bueno, un proyecto ilusionante de ser humano, mostrarle en qué consiste ser bueno y —con gracia— animarle a intentar serlo. Para hacer bien eso basta con saber qué cosas son buenas y qué cosas son malas. Quizá en épocas de una mayor solidez y vigencia social de la cultura cristiana resultaba más fácil educar porque, aunque había menos ciencia pedagógica, existía una mayor claridad sobre en qué consiste ser bueno y malo; hoy algunos padres no tienen esta claridad, y por eso encuentran dificultades suplementarias para educar bien.. En definitiva, educar es bastante fácil si uno sabe en qué consiste ser buena persona; y es muy difícil o imposible si uno no se aclara al respecto.
Los jóvenes de hoy no tienen ningún problema singular con los valores, con el bien. Somos los adultos, una parte de nuestras instituciones sociales y educativas imbuidas de relativismo, quienes hacemos difícil o singularmente problemático a nuestros jóvenes llegar a enamorarse del bien, a ilusionarse con ser buenos, porque no les enseñamos en qué consiste ser bueno, no les hacemos atractivo el bien, les transmitimos dudas e incertidumbres en vez de certezas.